Perfiles psicológicos (S.O.S Peligro de tsunami)

 


Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor Dios nuestro. En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Querido Diario:

Escribo estas primeras líneas para recordar que tengo cuentas personales que cobrar con Enrique, Vinicio y Nicolás. Asuntos pendientes que me encargaré de cobrar uno por uno, o de lo contrario dejo de llamarme Bianca Luengo. Y contigo Enrique, sé cómo cobrarla.

 

Borrador Setenta y Tres

 

Desperté con sangre en la frente, había quedado inconsciente, la gente estaba en pánico, habían chocado el autobús en el que me trasladaba hacia la oficina, frente al Aeropuerto Internacional Juan Santamaría, nos habían enviado contra el zacate, habíamos descarrilado y los carros se habían detenido para ver aquella escena aterradora para un martes, cerca de las cinco de la mañana, cuando aún no ha salido el sol. El chofer estaba en medio de la ventana, completamente golpeado, apenas podía respirar, los paramédicos estaban tratando de sacar a las personas… está bien, rebobinemos.

Nos habían chocado, apenas fue el susto, un camión que transporta postes de concreto para el servicio eléctrico nos golpeó, afortunadamente el chofer del autobús metió el freno a tiempo y el camión solamente había golpeado la parte delantera y aunque el parabrisas quedó reventado completamente, nadie salió golpeado, eso sí, si el chofer no frena, hubiera pasado tal como lo conté en el párrafo anterior.

Enrique había decidido heredar sus pertenencias, mientras él lucía un elegante color gris, Vinicio y Nicolás vestían de suéter negro, Vinicio lo había combinado con sus zapatos, en cambio, Nicolás llevaba tenis blancos. Y no sé por qué, pero Vinicio llegó ese día sin su alegría natural, con una cara de pocas amistades, tan lejana de aquellas sonrisas que robaban miradas. Pero al rato le volvió el aire de la juventud y regresaron las risas. El día anterior, Vinicio hizo su buena acción del mes, en medio del pánico quitó una araña que estaba haciendo nido en la cabeza de Nicolás y este casi colapsa del susto, así son los hombres.

Contrario a lo que creí, aquel desayuno de Regina no era compartido, era individual. Ahí tenía frente a sí, tres empanadas doradas, hechas en casa, envueltas en papel aluminio y servilletas, acompañadas con una taza de café, Evangeline a su lado con el desayuno, charlando sobre experimentos que se podrían hacer con materiales de cocina y que, si se atrevieran a hacer, podría significar el final de las cejas de alguna de las dos.

 Dio la casualidad, que antes de ir a comprar su desayuno con Isabel, Augusto y yo escuchábamos a la misma banda musical, Café Tacvba, él escuchaba “Volver a comenzar”, yo escuchaba “Rarotonga”, un éxito más entrado en años y que al consultarle a Isabel, esta sí conocía.

 Romeo cambió de imagen, ahora traía el peinado rizado y aunque no recuerdo haberlo visto nunca así, admito que no me desagradó, es más, sacó su lado felino, ese que parece encantado de esconder, pero que en ocasiones escapa de la jaula para buscar libertad. Yo no logro cambiar de imagen, pero debo ser honesta, para la celebración de Halloween quisiera aparecer con un traje omnipresente que saque la fiera que es esconde en mi piel y que es traslúcida a los amaneceres de luna llena.

 Bugs Bunny estuvo ayudando a Elmer Fudd a quitarse el abrigo, mientras miraba aquella escena no pude evitar pensar lo que pasaría si a Elmer se le volcaba la silla y caía de cabeza. Me estallo de la risa, Elmer estaba representado por Vinicio y Bugs Bunny por Nicolás (es segunda vez en estos borradores que relaciono a Bugs Bunny con Nicolás, debo revisar mis anotaciones y dejar en paz al pobre Bugs).

 A Alfonso lo sorprendieron enviando un archivo de sonido durante la reunión de hoy y lo negó en medio de la risa que le dio. Hablo de esa reunión donde Enrique se atrevió a quitarme la esquina donde yo me sentía tan a gusto, atravesé la oficina, pedí permiso a Romeo para no golpear su silla y me instalé de pie en la esquina que da a los amplios ventanales del edificio y desde donde puede algún que otro hombre interesante pasar por las calles. En esa esquina recibía un rayo minúsculo de sol en la punta de mi zapato izquierdo mientras Donato leía una larga lista de anuncios parroquiales que hacían referencia a las fiestas que se avecinaban durante los próximos meses que darían fin al dos mil veinticuatro.

 Durante el almuerzo, Augusto, Isabel y Mateo salieron a comer, Enrique pasó por alto el almuerzo, Vinicio y Nicolás almorzaron en su escritorio, mientras que Evangeline y yo, fuimos a la cocina, calentamos el almuerzo en el microondas y un par de minutos después, se nos unió Paolo. Casi me convenció de asistir a la fiesta de fin de año, misma que él organiza junto a otro grupo de personas. No soy de asistir, porque aceptémoslo, ¿a quién le interesa que la psicóloga asista a la fiesta? ¡a nadie!, pero el horario no pinta mal y es relativamente cerca de mi casa, así que podría existir la posibilidad. A estas alturas del año, Paolo se mira agotado, deseoso de salir adelante con lo que queda y con la confianza de que ha dado lo mejor de sí.

En la tarde recogí mis cosas, las guardé en mi bolso y di media vuelta para marcharme.


-        ¿No se va a despedir de mí? – ahí estaba Vinicio apretando los labios, no le contesté y entonces, volvió a formular la pregunta - ¿no se va a despedir?

-       Hasta luego, Vinicio.

-        Hasta luego, que tenga una linda semana.


Enrique y Nicolás estaban mirando, me despedí de ambos y luego me dispuse a marchar, me despedí del resto de gente que estaba ese día en la oficina. Di la vuelta por el escritorio de Paolo, me acomodé el bolso en el hombro y cuando iba a cruzar la puerta me detuvieron.


-         Espere – se levantó de su asiento, se puso frente a mí y continuó – necesito hacerle una pregunta intelectual.


Ahí estaba aquel hombrecito de no más de metro y medio de estatura, entallado en su chaqueta negra, con aquellas facciones que le hacían aparentar tres o cuatro años menos de los que en realidad tenía. Porque andaba en la misma edad de Vinicio, pero aparentaba mucho menos.


-        Usted dirá, Tadeo.

-       ¿Por qué no me ha incluido en su consulta?


Lo miré de pies a cabeza, podría decir que se sonrojó, no supe la mirada que hice.


-        Porque no sé si va a tener el tiempo para que yo lo agende.

-        Está bien – mentira, sus ojos, la manera como metía sus manos en la chaqueta y como movía su pierna derecha decían que no estaba bien – dejemos esta conversación aquí.

-        A no ser que usted me diga que va a tener el tiempo.

-        No, tranquila, dejemos esta conversación aquí.


Pasamos de que él comandara la conversación a comandarla yo.


-         ¿Hay posibilidad de que lo trate el tiempo que se necesita?

-        No sé, tal vez – me miró y soltó una risa que ocultó de inmediato.

-         Voy a tomar eso como un sí, lo voy a agendar, espero no arrepentirme.

-         ¿En serio?, gracias.


Yo estaba ya en la puerta, ahí dejé atrás aquel pensamiento del trío que comandaba Vinicio y secundaban Nicolás y Enrique. Tanto es así que ahora que me preparo para dormirme, ni recuerdo qué fue lo que se conversó.


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