Hay una ley que dice “si puedes escribir el
problema claramente, entonces el problema no es el problema, el problema es la
percepción que tienes”, se llama la Ley de Kidlin. Porque al final, la
percepción muchas veces no nos permite afrontar el problema de la mejor manera.
-
No me
gustó ese episodio – me dijo Vinicio con toda la sinceridad que le cabía en el
alma.
-
¿Y se
puede saber el por qué?
-
Le
hace falta pasión.
Y yo lo entendía, a Vinicio le gustan las lecturas
cuyo trasfondo se relaciona con la sexualidad, por eso aquella lectura no había
sido de su agrado, no contenía escenas eróticas, ni calores, ni licencias en
asuntos de la carne. Era una muestra de su trastorno hipersexual, que no es
otra cosa que la concentración profunda en las fantasías, impulsos o conductas
sexuales que son incontrolables para el ser humano, lo demostraban sus
palabras, el tiempo que se tomaba en planificar sus fantasías.
Sandra se había tomado el tiempo de escribirme el
sábado por la noche, cerca de las diez, para pasarme algunas fotografías y
contarme con orgullo que Nicolás también iba en camino de ser su yerno, Vinicio
ya tenía ese papel, pero Sandra y Nicolás no veían mal en que los tres fueran
familia, después de todo si ya eran amigos de fiestas y aventuras, ser familia
era apenas un detalle insignificante.
Tiene razón Regina, cuesta comprar cosas para uno
mismo, porque como hizo alusión, cuando te pruebas un pantalón en una tienda el
vendedor nunca va a decirte que se te ve mal, que se te salen los rollitos, que
tus piernas no lucen, su trabajo es venderlo, lograr que tú te sientas bien,
aunque sea mentira. Ese es el mismo trabajo que tiene el amor, por eso no
conviene hacerle mucho caso.
Alguien tomó la silla de Sandra y entonces en
forma acertada Isabel me dijo:
-
Esa
silla es peligrosa, verdad doctora.
-
Más
que todo para un hombre.
E Isabel y el resto rieron, pero era verdad, creo
que los efectos secundarios de ese sitio están reservados para el sexo
masculino.
-
Hace
tiempo no la molesto – era Alfonso, que llevaba un pantalón a cuadros, como el
de los golfistas – ese libro lo he visto en alguna parte.
Se refería a un libro de poemas que me habían
prestado, una lectura personal.
-
Es
para que vea que, hasta leo, me gusta la literatura.
-
Hace
bien – le dije mientras él trataba de recordar sin éxito, el sitio donde había
leído aquel libro. Hice una búsqueda en Google, pero no apareció aquella
lectura, nunca la habían publicado.
En eso llegó el jefe, se dirigió a la oficina
donde se entraba Romeo junto a su equipo y luego dio media vuelta, tres pasos y
se detuvo a mi lado. Volvimos a vernos y con una sonrisa alegre (porque hay
sonrisas tristes), me extendió su mano y me saludó, yo estaba bien, era martes
en la mañana y los martes solían ser días alegres para mí, los miércoles
también. Luego se retiró a su oficina y yo volví a mis labores.
Ahí estaba Enrique, recostado al mueble de la
cocina a la hora del almuerzo, reflejando en su rostro toda la sonrisa que le
cabía en el corazón, Alfonso, Donato y yo éramos testigos de aquella muestra
extraordinaria de felicidad.
Para cuando Mateo llegó a la reunión ya Donato
estaba empezando a dar los anuncios parroquiales, aquellos que daba al final de
la reunión. A Mateo la alarma le había sonado tarde, tan tarde que casi llega a
la reunión del miércoles cuando todavía era martes.
Isabel se comprometió a revisar las vacaciones
totales de Vinicio, porque las fechas de ingreso no iban de la mano con la
cantidad de días que pedía, era eso o el tiempo era generoso con él, tal vez
demasiado generoso, aunque el fin de semana le hubieran calculado la misma edad
de Sandra, lo que era un insulto para él, dada la diferencia de edad entre
ellos.
Después de escuchar cantar a Sandra no la pondría
ni a cantar la lotería y aun así estaba planeando karaoke con Vinicio y
Nicolás. Les falta visión, entre los tres hubieran cantado “YMCA” de Village
People o alguna de Pandora, pero no, estaban buscando otros ritmos más
atrevidos para sus voces, a veces Dios le da alas a quien no precisa volar.
Sin querer estaba aprendiendo de Amalia, hay veces
en las que uno debe callarse, quedarse con la palabra en la boca no por lo que
piensen los demás, si no por mérito personal. Como diría Sandra ante cualquier
conversación que puede terminar en una referencia sexual “Wao”.
Había pasado el día chateando con el abogado, y
entre charla y charla me envió el emoji de un corazón rojo y yo se lo devolví. La
pasábamos bien, me confesó que no pensaba en dejar de hablarme y que la semana pasada
hubiera querido compartir al menos una hamburguesa conmigo, pero los horarios
no habían salido bien. yo me empezaba a sentir más liviana, con menos cargas en
el alma y empezaba a tener miedo de que lo extrañara más de lo debido, más de
lo que me proponía, entonces me mandaba un audio y su voz resonaba en medio de
mis oídos. También me dijo su segundo nombre, aquel que nunca usaba porque no
le gustaba, lo compartió sin yo forzarlo, por solo el gusto de que yo lo
supiera. Contrario a lo que piensa Vinicio, yo obtenía con el abogado algo más
que lujuria, obtenía un escenario donde perdía por completo la cordura, y los
locos disfrutan las cosas de mejor manera.
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