Dicen que alguien filtra los chismes de la
oficina, pero sinceramente no me he enterado de quién se puede tratar, porque
quien quiera que sea tiene el asunto oculto a mis oídos, o de lo contrario yo
ya habría escuchado algo entre pasillos, por lo que no sé si es alguno de mis
chicos, ya hablaré con ellos luego sobre ese tema, porque el chisme es algo tan
feo que maltrata a la sociedad, que esas semillas hay que acabarlas antes de
que crezcan.
Iba contra reloj, tomé mis cosas y cuando fui a
despedirme de Enrique, Vinicio y Sandra golpeé el escritorio con tanta fuerza
que desperté a Enrique de forma involuntaria, Vinicio y Sandra volvieron a
verme.
-
Tranquila
doctora – me dijo Enrique – relájese, vaya tranquila – de haber llevado falda
me habría hecho un moretón en la rodilla derecha, pero llevaba pantalón.
-
¿Va
con prisa doctora? – preguntó Vinicio.
- !No! –
mentí – voy relajada.
-
Ups,
pues no parece – concluyó Sandra.
Bajé por las escaleras y mientras iba camino a la
parada de autobuses miré varias veces el reloj, porque las manecillas avanzaban
más rápido que mis pies.
Las dos mitades de mi alma estaban peleadas, una
pedía amor y la otra estaba envenenada. Ya antes escuché a la parte del amor y
siempre me produjo malestares, conflictos, por eso estaba dando una oportunidad
a mi parte envenenada. Si uno no busca nada serio, no va a encontrarlo. Siempre
dije para mí que nunca me metería con un hombre casado, pero el abogado sonreía
tan lindo y era tan atento, que mis éticas personales no quisieron aplicar en
este caso. Cambiamos el destino del martes, nos fuimos a Hotel Bella Vista, en
Barrio La California, un barrio en el Este de la capital.
Lo esperé sentada en el parque central, entre el
bullicio de la gente que acude a esa hora (tres de la tarde) a ese espacio de
la capital frente al Teatro Popular Melico Salazar, entonces lo vi, llegó, nos
saludamos y nos fuimos caminando, hicimos caminata de veinte minutos,
deteniéndonos un par de veces para besarnos en plena calle. Al llegar a Cuesta
de Moras, cuando llevábamos medio camino, le sonó el teléfono, era su mujer,
ocupaba que el abogado no se olvidara de unos alimentos porque en la noche
tenían fiesta donde unos familiares, pero él estaba a pocas cuadras de iniciar
las previas conmigo, la fiesta de la noche le importaba poco o nada.
Llegamos a aquel edificio color blanco, con la
complicidad de una calle vacía con apenas un par de transeúntes que iban hacia
el Norte, en la recepción estaba una chiquilla, una muchacha que no debía
superar los diecinueve años, nos sonrió, mientras pedía algunos datos aproveché
para pasar mi mano por la pierna del abogado y él hizo lo mismo por la parte
baja de mi espalda. Habitación once, a mitad del pasillo del segundo nivel, un
pasillo corto, con no más de diez habitaciones, miré hacia ambos lados, no se
veía nadie, entonces lo puse contra la pared, en pleno pasillo, le planté un
beso y comenzamos una especie de baile, me besó en el cuello, abrió un poco mi
pantalón y pasó su mano. “Y todo comenzó bailando, hicimos el amor”, quien no
ha bailado con esa canción está muerto en vida.
Si Vinicio estuviera aquí vería que mi salud
mental no tenía ningún problema, porque últimamente se preocupaba mucho por mi
estado de ánimo, por mis visiones futuras, por saber cómo me encontraba con mis
pensamientos. Cambio aquí de cuaderno, porque esta es la vez sesenta y uno que
escribo borradores desde que llegué a trabajar a esta oficina, hace ocho meses
ya y el cuaderno donde llevaba estos vagos apuntes llegó a su última página,
todo llega a su fin, hay cosas que son preámbulos necesarios para dar fases por
concluidas.
Yo llevaba ropa interior negra, que no cayó al
piso hasta pasados cerca de quince minutos, antes de eso todo lo que apeteció,
sucedió con la ropa puesta, al menos la ropa interior. El abogado buscaba un
burdel y yo le ofrecí algo que no esperaba pero que le gustó, le ofrecí una boutique, eso era yo, una boutique de
alta costura con un buen surtido de caricias y de posiciones que resulta
agradable recordar, casi puedo decir que hicimos el amor, que no fue solamente un
rato, así pasamos de un teaser a un arquero y de un mimoso a un perrito
faldero. Tenía rato de no sentir que me usaran como mantequilla en un trozo de
pan caliente, hasta derretirme, no se llevó mi corazón porque eso no pienso
permitirlo, pero se estaba llevando algo más importante para mí, mi estrés, mis
preocupaciones, mis estaciones heladas, aquellas tardes donde una mujer tan
solo necesita ser eso, una mujer. Tal vez suene como que soy una mujer
demasiado fría y no es así, nada más alejado de la realidad, lo cierto es que
cuando damos el corazón le estamos dando a la gente la oportunidad de que nos
dañen, de que nos exorcicen a su gusto y no es culpa de ellos, la culpa es
nuestra por dar algo que nadie merece.
Entre todo el sudor, el ajetreo y demás emociones
exquisitas que se presentan en estos escenarios olvidé un detalle, algo
insignificante pero un pequeño detalle, perdí la llave de mi casa que siempre
cargo en mi cartera. Debió caerse cuando el abogado me pidió que sacara algo
divertido de ahí y saqué un dulce mentolado en envoltura negra, de esos que
hace algunos años causaron controversia por el uso que alguna gente le daba y
del que debo confesar, yo también he hecho uso alguna vez, la más reciente con
el abogado.
El día siguiente, mi cuerpo amaneció bailando, con
el corazón tan acelerado que ni una ducha fría me sirvió para bajarle el ritmo y
recibí un mensaje del abogado a eso de las cuatro y treinta y nueve minutos de
la mañana, segundos más, segundos menos. Había olvidado las compras, su mujer
le había hecho un alboroto y habían terminado por no ir a la fiesta. Pero él
había tenido ya una fiesta en La California, una fiesta totalmente privada.
Estoy segura de que Vinicio volverá a preguntar
por mi estado emocional, últimamente platicamos más de la cuenta, casi a diario,
porque como apunté en mis borradores anteriores, empieza a agilizar su
intuición y quizás eso no sea tan bueno.
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