Agatha

 


Pues sí, seguramente era culpa mía, porque una escoge sus amistades. Pero en mi defensa, las mujeres sí creemos en la amistad entre hombre y mujer, no esperamos enloquecer por cada hombre que nos habla, como parece ser la tónica con ellos.

 Llevábamos apenas cinco meses de conocernos, yo tenía un emprendimiento de productos de higiene natural y había llegado a trabajar cerca de él. Nunca he sido de cerrarle las puertas a conocer gente, porque en ocasiones conoces personas interesantes, a veces no. El cielo no tiene un tono en especial, puede ser soleado o lluvioso. Eliecer tiene veintiséis años, yo apenas tengo diecinueve, y a mi edad, hay cosas que no me estresan tanto, cosas en las que no gasto mente. Me considero una mujer tranquila.

 En cambio, Eliecer era un hombre que no se detenía cuando se trataba de hablar sobre él, sobre sus pasatiempos, sus trabajos, creo que en el fondo imaginaba vidas que no eran la suya, y si lo eran, el tipo merecía una pena perpetua en la cárcel. Su trabajo oficial era una compañía de cajas impresas que mercadeaba, pero se ufanaba en mencionar otros oficios menos serios y que lo convertían en un hombre al que la mayoría de sus amistades habían dejado de considerar en sus círculos. Era productor de películas para adultos, principalmente donde pudiera involucrar a varias mujeres en sus escenas (nunca me propuso participar, ni yo habría aceptado, mi integridad no se pone en tela de duda). Era graduado en medicina, pero durante la pandemia por el Covid-19 se la suspendieron por faltas a la ética médica. Finalmente juraba que pertenecía a una pandilla de sicariato a la que se le había atribuido el asesinato de varias personas hace algunos años en Costa Rica. Pero sus datos de sicarios no concordaban en fechas con otros hechos de los cuales hacía mención.

 A pesar de esos antecedentes lucía como un hombre normal, tan normal que no me pareció mal empezar a tratarnos, como amigos, hago la aclaración, nunca fue mi intención pensar si quiera en llevar las cosas a otro nivel. Algo debe haber de cierto en eso de que uno es tan idiota como las amistades que se busca.

 Ahora resultaba que además de todos aquellos oficios a los que dedicaba sus horas, el sujeto era poeta y tenía sus manías sí, pero aun así era una persona que a pocos se ganaba mi amistad, que no es fácil ganarse, pero eso sí, cuando alguien logra ganarse el título de ser mi amigo, puede contar conmigo de manera incondicional. Por eso cuando Eliecer me comentó que iban a publicarle un libro de poemas, lo alenté, es más, hice más que eso, me ofrecí de manera voluntaria a revisar su ortografía, como un gesto lindo que haría por cualquiera de mis amigos, porque soy linda persona, eso y porque los amigos se apoyan, para eso son.

 Aquí estaba el dichoso libro, con aquella tapa color morada como el traje del Nazareno en Semana Santa, la silueta de una mujer con moño en la portada y páginas sin numeración. Cuarenta páginas y ciento noventa y tres faltas de ortografía. Tuvo la suerte de que yo le revisara el trabajo, incluso con cinta de colores le marqué donde estaban los errores, de modo que el libro era un arcoíris con variedad de tonos verdes, celestes y rosados. Ese libro era un compendio de sonetos polimétricos carentes de signos de puntuación.

 Yo como estúpida corrigiendo todos los errores que aquel poeta venido a menos presumía de escribir y aquel hombre con cosas y pensamientos raros, como obsesionado conmigo. Entonces con algunas situaciones mi madre me fue poniendo sobre aviso. Eliecer se disgustaba si sentía que yo les prestaba atención a otras personas. Empezó con acusaciones que pretendían causar intimidación (y lo lograba). A este punto asumo culpa, porque alguien puede querer acercarse a una, pero en nosotras está el usar ese sexto sentido que dicen que todas las mujeres tenemos. Tal vez mi sexto sentido estaba de vacaciones durante estos días, existía hasta la posibilidad de que yo le hubiera dado el permiso de ausentarse, no sé.

 ¿Qué pensarán los hombres que somos las mujeres?, ¿quién les habrá metido en el cerebro que estamos obligadas a pensar como ellos?, ojalá usaran la cabeza que tienen sobre los hombros para pensar, en vez de pensar con la cabeza inferior. No recuerdo darle motivos para creer que podíamos llegar a algo, lo que pasa es que cuando una chica les sonríe y les presta atención, creen que una les coquetea.

 En su mundo habíamos intercambiado de género, él era Fiona esperando ser rescatada en el amor y yo era Shrek, un ogro incapaz de creer en sus sentimientos. Porque yo era a sus ojos una mujer que no sabía apreciar sus dotes, sus capacidades. 

-            ¡Usted no es amiga, es una conocida! – me escupió en la cara un día que hablamos. Como si yo estuviera para soportar los arrebatos de un hombre que tenía varias personalidades peligrosas dentro de sí.

 Terminé por hacer caso a mi madre, a mi cerebro y dejé de hablarle, lo cierto es que no estoy para reclamos baratos, ni para escenas de comedia romántica en mi vida, al menos no aún.

 Justo ahora estoy en el jardín posterior de la casa, de noche, mirando como aquellas hojas mal escritas y llenas de poemas que supe eran para mí, ardían en llamas. Y para colmo, pone una dedicatoria exclusiva para mí y me dice que la silueta de la portada soy yo, como si yo tuviera la nariz tan respingada, ¡idiota!


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