Perfiles Psicológicos (De cuando Enrique y Amalia fueron abanderados)

 


En medio de todo, descubrí que hay dos chicos que sienten que los tengo olvidados, como relegados a un segundo plano, Enrique y Amalia. El primero no sé si con ello se siente un poco aliviado, envuelto en aquella nube de monitores con la que trata de cubrir sus miradas de nostalgia, algunas veces tristes, como si añorara cambios que solamente están a su alcance el realizarlos. Amalia en cambio ríe pensando que hay cosas que a estas alturas desconozco de ella, quizás tiene razón o quizás simplemente no quiero meterme en territorios donde sé que puede no sentirse cómoda, posiblemente no sea yo tan metiche como han querido hacer ver, porque observando un poco los toros desde la barrera se ve lo que las personas ocultan, aquellas cosas que les da miedo expresar, de mí para Enrique y Amalia, con mucho cariño.

Enrique incluso agradece el hecho de no ser tomado en cuenta, pero ¿y si solamente estoy considerando explotar su figura durante las próximas semanas? Amalia me siente triste, bajoneada y no tuvo ningún reparo en decírmelo a la cara, la felicito. Pero Amalia, hay cosas en la vida, etapas, donde las pruebas nos superan, donde los acontecimientos diarios se sobreponen a nuestra condición de humanos y no está mal el que nos derroten de vez en cuando, eso creo yo, no siempre se puede ganar. En ocasiones perdemos batallas y, aun así, seguimos estando en ellas porque el campo de lucha es tan extenso para nosotros que es imposible encontrar el cerco donde termina el terreno, a veces las batallas son tan agotadoras que simplemente hay que dejar que pase el tiempo, aunque eso de que el tiempo cura todo, es una amarga mentira.

Tendría yo que ser un poco como Romeo, ese chico con la ropa siempre bien combinada y con perfumes que se quedan en el aire todavía un par de minutos después de pasar. Hasta cuando está triste trata de relucir una sonrisa, porque en el fondo sabe que, si es capaz de sonreír en tiempos difíciles, más fácil será cuando las cosechas sean buenas. Y estoy segura de que, aunque últimamente no nos hablamos con tanta frecuencia, sus cosechas han ido mejorando, ha ido recogiendo buenos frutos, porque a la gente buena la vida les sonríe como un gesto de agradecimiento por su forma de ser.

Tampoco me ha ayudado mucho el que durante las últimas semanas he visto menos a algunas personas, pero vamos, se aproxima el Día del Niño, luego viene Halloween, quizás es muy pronto para que yo deje de escribir en estos cuadernos lo que vivo en la oficina. Porque en el fondo tal vez pasen algunas sorpresas inesperadas para mí o para los chicos durante las próximas semanas, eso ya lo descubriremos.

Olvidado no tengo a ninguno, porque siempre que rememoro lo que sucede en la oficina, trato de nombrar en lo mínimo que sea a la mayoría, aunque ellos no se enteren porque no tienen acceso a estos escritos, siempre trato de hacer memoria de algún detalle por mínimo que parezca para al menos nombrarlos. Pero tienen razón Enrique y Amalia, debo trabajar, prestarles más atención, escuchar a las masas, levantar a los oprimidos, o sea… que hay que levantar al pueblo y recorrer las calles que se sienten desoladas para incluirlas en el plan de cambio. Y todos gritan y vitorean porque los aires nuevos se avecinan y las fuerzas de la unión se levantan en andas y todos se sienten incluidos dentro de un mismo equipo. Bueno, sueno un poco a político, pero la cuestión es que ayer Enrique y Amalia me hablaron al oído y me dieron armas para luchar… ahora toca incluirlos a ellos en las primeras líneas del ejército, porque aquellos que cabalgan blandiendo la bandera del protagonismo, han de merecerlo tarde o temprano. Escuchadme almas desvalidas, porque vuestra aparición en los flancos del desarrollo está a la vuelta de la esquina y la luz que os espera es grande y cegadora. Amén.


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