¿Qué es la libertad? Y no hablo de salir a
comer lo que uno quiera, eso lo tienen muchas personas en este planeta, tampoco
me refiero a salir a correr, yo hablo un poco más allá. Me refiero a ser uno
mismo sin limitantes, sin que medien algunos artilugios o incomprensiones, no
por parte de las demás personas, si no por parte de uno mismo, porque si uno no
puede ser feliz consigo mismo, la humanidad está destinada a irse al carajo antes
que después.
Por eso sigo caminando junto a la autopista, el reloj marca las cuatro y
siete minutos de la mañana, llevo apenas una maleta en la mano izquierda, mal
cerrada, porque uno de mis brasieres viene guindando a punto de caerse, pero
ese es un punto tan irrelevante en este momento que no merece ni la mínima atención
de mi parte, los zapatos creo que van mal amarrados, mi pelo suelto moviéndose a
ritmo del viento que cruza de Sur a Norte y alguna que otra luz de algún vehículo
que pasa a mi lado, porque a esta hora el transito claramente no es tan fluido.
Encima del desayunador quedó una nota explicativa, con cada una de las razones
por las que yo abandonaba a Eduardo, porque me maltrataba, porque estaba harta
de que me gritara delante de sus amigos, porque ya no quería que me forzara a
acostarme con él cuando yo sabía que venía de estar en algún cabaré, en fin,
razones me sobraban, nadie iba a negarlo, ante los ojos de todos, lo más lógico
era esta actitud que yo tomaba con valentía, algo tardía sí, pero valentía, al
fin y al cabo. Resulta que las mujeres somos el sexo fuerte, porque nosotras aguantamos
las cosas que esos cabrones no soportarían nunca en la vida, lo que yo hacía
tenía razón de ser. Ahora, la otra parte, eso quizás era discutible, digo quizás,
porque veamos, el carro de Eduardo quedó orillado a cuatro kilómetros de la
casa, con él en el asiento conductor, muerto, con una puñalada que le atraviesa
el cuello de izquierda a derecha con un ángulo de unos treinta grados, colocado
en esa posición por mí, luego de haberlo sacado dormido de la casa, y llevarlo hasta
ahí, luego de sentarlo en el asiento del chofer esperé a que despertara, medio
dormido quiso saber dónde se encontraba y empecé a describirle mis sensaciones,
los sentimientos que me habían llevado a eso. Hizo a mover los labios, pero los
tenía un poco secos, le acerqué un poco de agua y luego de saborearla me dijo:
-
¡Hija de la gran puta!
Fue entonces cuando el puñal lo atravesó con toda la fuerza que me fue
posible, lo miré mientras se moría, tomé la botella con agua, me tomé una
pastilla para la presión y me volteé para poder verlo mejor, me estaba mirando,
comencé a pasar mis dedos por el puñal y se lo hundí dos veces más sin sacarlo
de él, solamente lo empujé asegurándome de hacerlo sufrir y de que supiera que
yo lo estaba disfrutando, tomé su teléfono y le hice una llamada a Miranda, la
chica de veintisiete años con la que salía desde hacía once meses y a la que
pertenecía aquella tanga rosada con borde negro que yo había recogido de mi
dormitorio sin decir nada y sin que Eduardo se enterara, habían pasado dos
semanas desde entonces, cuando ella contestó colgué la llamada y llamó dos
veces sin que yo le respondiera, luego fui a casa, caminando, escribí la nota, indicando
la hora que era sin saber nada de él, junto a los otros motivos que detallé
antes. Entre lo que saqué el automóvil con Eduardo, lo dejé en el carro y lo que yo
había caminado, habían transcurrido unas cinco horas, suficiente tiempo para
que yo caminara una buena distancia, iba donde mi hermana, llegaría donde ella
llorando por haber abandonado a Eduardo y luego cuando la policía me llamara
para decirme que lo habían encontrado muerto, lloraría con más sentimiento ante
la gente, mostrando una falsa emoción de dolor, lloraría en el funeral y todavía
unos cuando días más, hasta que volviera a la normalidad que se supone que debe
regresar una mujer cuando ha perdido a su esposo de una manera tan trágica.
La policía cerró el caso a los dos meses, Eduardo había sido asesinado por
unos maleantes que ante la resistencia que puso para salir del vehículo, le
clavaron un puñal, le habían robado el efectivo (que yo utilicé en un spa) y lo
habían abandonado en aquel páramo, a punto de llegar de la casa, posiblemente
de alguna reunión o de algún otro trámite que al final no pudo ser comprobado. Yo
recibí una indemnización salarial por parte de la empresa donde él laboraba,
ayuda de algunos vecinos y amigos y la satisfacción de que la persona que más
me hacía sufrir y para quien yo no pasaba de ser una mujer sin nada que
ofrecerle a un hombre, no volvería nunca a molestarme. Eso es la libertad,
poder ser una misma capaz de tomar las decisiones y las acciones que se
necesitan para mejorar su estilo de vida, el resto solamente son caprichos que se
presentan.
Dos cosas nunca quedaron claras, pero no fueron irrelevantes para la policía. Por qué el propietario del vehículo placas GTA-569 se había detenido en el páramo a esa hora de la noche y por qué motivo, durante su agonía había llamado a una veinteañera en vez de a su esposa. Ninguna de las dos habían quedado resueltas.
Comentarios
Publicar un comentario