Visita Conyugal



Nos lo merecíamos, él por infeliz, por mujeriego, por haber acabado con los mejores años de mi vida sin darme oportunidad de volverla a construir, en fin, por ser hombre. Yo también lo merecía, por sufrir, por callar en silencio aquellas olas de improperios a los que él llamaba cariño, como si yo fuera una especie de animal al que pudiera domesticar. En fin, yo lo merecía por vivir con él, por ser mujer.

El juez no había querido verlo de aquella manera, para los hijos de puta que formaban el jurado, yo era culpable de asesinato, porque mi deber, como ciudadana, era dirigirme a alguna institución del Estado que pudiera ayudarme en mi caso, no tomar la justicia por propia mano. Pero esas instituciones solamente ayudan a los que tienen la paciencia de esperar durante años y yo, sinceramente ya no consideraba el hecho de esperar, como una opción para los años de maltrato que había sufrido y los que aun me quedaban por sufrir si decidía quedarme con aquel hombre. Porque los hombres son así, cuando te quieren enamorar te prometen el Cielo y las estrellas, se esmeran por aparentar ser los dioses que necesitas en tu vida, valga este triste escrito para hacerle ver a las mujeres que no existe en este planeta ningún hombre que valga ni siquiera la pronunciación de un “te amo”, ni la espera por una llamada o un mensaje.

Cuando mi esposo y yo cumplimos diecisiete años de matrimonio, con dos hijos, nos vimos en la falta de afecto, en ese trajín en el que tarde o temprano caen todas las parejas y estábamos ahí, sin nada que ofrecer, ni la compañía, ya solamente existía la costumbre, el sexo cada tres semanas que yo deseaba cada siete u ocho meses, un buen día dos veces a la semana, un beso cada diez días y la cena sin una mísera palabra de por medio.

La verdad que cuando otro hombre se me insinuó después de tanto tiempo y comenzó a preguntarme ¿cómo estás? Me sentí rara, como en otro planeta, entonces empecé a hacer compras más seguido, con la infantil intención de topármelo y saludarlo, al inicio simplemente era eso, un saludo, al cabo de unos días, el saludo tardaba cinco minutos y cuando me di cuenta, empezamos a hablar de nosotros y de nuestras rutinas, las cosas que lamentábamos haber hecho y aquellas que, por cobardes, nunca habíamos hecho en la vida. Una de estas, en mi caso, era haber estado con otro hombre que no fuera mi esposo, porque nunca se me había pasado por la cabeza que otro hombre pudiera desear estar conmigo. Al cabo de dos meses, cuando me animé a dar aquel paso, con los chicos en la escuela, en casa, en mi cama, aquella cama que yo conocía a la perfección, no sentí el menor remordimiento, hacía tanto que no me amaban así, que no tenía sexo con alguien porque yo quisiera, que aquella vez me esforcé en demostrar de lo que yo era capaz, y a mí me hicieron lo mismo. Seguimos así un tiempo, hasta que alguien, le comentó a mi esposo que me frecuentaban durante sus horas de trabajo y este, ardido por su orgullo masculino llegó a casa justo a la hora en que yo era más feliz durante el día.

- ¿Por qué lo mató? – me preguntó por tercera vez el juez, daba lo mismo mi respuesta.

- Lo maté porque si yo no lo mataba, él iba a matarme a mí.

- ¡Pero usted le estaba siendo infiel!

Yo sonreí, miré al juez con una risa irónica y le dije:

- Qué lástima que usted lo vea así, por primera vez en muchos años me estaba siendo fiel a mí misma, y no me arrepiento, hay veces en que uno debe vivir.

- Su actitud denota un cinismo atroz.

- Me dolerá no estar con mis hijos, solamente eso. Cuando mi esposo llegó aquel día, falló en dar el cuchillazo que iba para mí, yo solamente recogí el cuchillo y a diferencia suya, no fallé. El fallo que usted quiera darme, no puedo cambiarlo, ni pretendo que usted lo haga.

Luego me retiraron de la sala de audiencias y me dieron diez años de condena, tiempo durante el cual recibí la visita de mis hijos, alguna que otra amistad y la visita conyugal, todos los sábados. Hasta en la cárcel pude ser libre los fines de semana.


Comentarios

Entradas populares