“No hay invierno suficiente que opaque el verano
que llevo por dentro” se animó a escribir Amalia en sus estados, con
dedicatoria incluida. Porque cuando se es suficientemente caliente ningún trozo
de hielo te baja el calor. No sé, tal vez buscó un significado más profundo,
pero al final, cada persona les da a las palabras el sentido que quiera.
Había topado con Enrique, un lunes, algo
impensable en él. Los lunes no eran para asistir a la oficina, pero se veía
feliz, sonriente, como si el fin de semana lo hubiera tratado como se merecía. Asombrada vi como aquel espacio tan reacio a
recibir a su dueño un lunes, era ocupado con rostro de alegría.
Justo me entra la duda de si es posible comerse a
alguien por video llamada, porque de ser posible, el abogado y yo nos habíamos
devorado anoche, cerca de las diez, en aquella llamada repasamos la jurisdicción
completa, de la A, a la Z. Con la secadora de cabello me encargué de secar el teléfono,
que estaba sudado después de veinte minutos intensos.
Era una reunión de compas, de amigos, Amalia, Evangeline,
Mateo y yo, jugando cartas durante el almuerzo, con el premio por parte de
Evangeline y Mateo, de que quien perdiera lavaba los platos del otro, y pasó lo
que era más que obvio, Mateo perdió, porque si en este mundo de inteligentes hay alguien capaz de sabotearse a sí mismo, ese es Mateo. De postre, Paolo había repartido queque y
con esto le sacaba ventaja de dos a uno a Vinicio.
-
¡Salud!
– le dijo Evangeline a Isabel.
-
Fue
tos, no un estornudo – le aclaró Isabel contrariada por aquella palabra de
Evangeline, pero Isabel se lo tomó con una risa, y una referencia a Chespirito.
Veintiún segundos, eso duró el temblor que ocurrió
cerca de la una y veinte minutos de la tarde, veintiún segundos, pero no
estaban Vinicio y Sandra, motivo por el cual nadie se inmutó, todos continuamos
con nuestras labores normales, a ninguno nos pesaba la conciencia, todos éramos
almas puras y cristalinas, tan cristalinas como las nacientes en los tiempos de
Adán y Eva.
Donato no quiso quedarse detrás y pasó repartiendo
empanadas, nos convidó a Evangeline y a mí. Así que ahora, teníamos los queques
de Paolo y Vinicio y la empanada de Donato para degustar diferentes sabores,
todo dado en cuestión de cuatro semanas. Cierro el tema, no se hable más del asunto.
Decía mi abuela que los lunes ni las gallinas
ponen, pero ahí estaba, eran las dos de la tarde y Enrique aun reía, había
reído durante todo el día. Aquel lunes encontró a Enrique tan matizado, que con
la música adecuada hubiera bajado por las gradas bailando desde el cuarto piso
hasta la entrada principal del edificio.
Una hora después volvió a temblar y esta vez, el
sismo duró treinta y dos segundos, pero todos seguíamos con esa aura que respira
paz, cuestión de Dios, dirían algunos. Mañana tenemos taller de inteligencia
emocional, y sí lo sé, soy psicóloga, pero mi inteligencia y mis emociones
nunca compartieron aulas en la escuela.
Al final, tuve un pequeño mareo, pero fui a uno de los sillones a recostarme y cuando me disponía a cruzar la puerta, Paolo me atajó, porque es buena persona y su don de gente le impedía dejarme ir así como así sin que el médico de la empresa me chequeara. Gracias Paolo.
Comentarios
Publicar un comentario