Los demonios

 


Otra vez el ruido. Ese maldito ruido a trastes viejos cayendo una y otra vez como si fueran una pelota de baloncesto. Cada noche. Como si fueran un movimiento sincronizado de gimnasia artística, llevamos una semana en esto y no he encontrado otra explicación.

Sabrá Dios qué maldición cayó sobre esta casa, cuántos pecados acumulados estoy pagando en este mundo, atormentado por ese crujir de ollas que amanecen por el piso. Posiblemente ya me morí y nadie me dio aviso, ese ruido han de ser los demonios pidiendo mi presencia ante el mismo Lucifer vestido de juez y con Dios como testigo principal de mis actos.

Me pregunto el pecado tan grave que cometí para venir a parar acá, aunque sigo leyendo el periódico con el desayuno y aún trabajo, puede ser que la muerte no sea otra cosa que un estado irreal donde se aparenta continuar con nuestras vidas, de ese modo pasaríamos la eternidad sin caer en cuenta que morimos. Entonces nuestros propios placeres no serían más que alucinaciones y nuestros problemas apenas serían una pestaña en medio del verdadero problema: morir sin saberlo.

No son ratas, no han existido ratas desde hace varios meses, es terriblemente cruel esta situación. Ivonne viene esta noche a dormir conmigo y no he encontrado el momento adecuado de preguntarle si estoy vivo o muerto, creyendo que en caso de estar vivos me creería loco y en caso de estar muertos, podría darme la noticia convirtiéndose en un esqueleto o en un espectro macabro.

Ring, ring. El timbre. Abro la puerta y la miro, su pelo castaño de medio lado, aquél jeans que le ajusta el trasero de manera pecaminosa a mis ojos, la blusa rosada que le di para su cumpleaños, me saluda de beso y puedo sentir una fiesta de sabores en mi boca. "Traje un snack y un par de cervezas" , los tomo y la hago pasar esperando que los demonios no se aparezcan en la noche.

Cenamos un pollo que compré en la esquina, papas fritas y ensalada. Las noticias cuentan tres o cuatro crímenes, que no resultan interesantes, ninguno es un crimen pasional.

Conversamos sobre mi trabajo, igual de aburrido, su madre, rezándole al santo propio de cada día. Aprieta sus labios, conozco esa señal, la beso, nos separamos y puedo ver mi saliva en su boca, mientras la limpia con su lengua, me señala la puerta del dormitorio con su mirada, y nos reímos mientras nos volvemos a besar.

Me encanta cómo me desnuda, con delicadeza pero con un brillo en sus ojos que sólo yo conozco, se levanta la blusa y se acuesta mientras voy zafando su pantalón, nos amamos como la primera vez, "entra" me dice, la obedezco y nos abrazamos al momento, continuamos amándonos como en un rito sagrado....

- Tengo sed.
- Voy por un vaso con agua.
- No, tranquilo mi león, yo voy.

Se levanta desnuda, con las luces apagadas, donde las sombras pueden tocarla sin que nadie lo reclame, donde sus pechos brillan con su propia redondez.

Cierro los ojos, tratando de recuperar mis fuerzas, puedo oír la lluvia cayendo en el techo, el crujir del cieloraso... escucho las ollas, los demonios, la cocina...

- Joaquín!!... Joaquín!!...

Mi leona, mis demonios, me coloco el boxer...

- Joaquín!!... Joaquín!!...

Imagino la escena: los demonios tratando de gobernarla, ella luchando por escapar, ellos lastimando su cuerpo y su alma, reacciono, este es mi momento de valentía, siempre hay un momento para demostrarnos de lo que estamos hechos, abro la puerta, cruzo el pasillo y la miro.

- Mira, mi leoncito, ¿no son adorables?

Hincada acariciando tres gatos bebés, mis demonios salidos no sé de dónde, hurgando entre las ollas por un poco de comida.

Comentarios

Entradas populares